imaginen Bogotá en los años 60: calles llenas de ruido, bohemia en cada esquina y un aire de revolución cultural que empezaba a sacudir los cimientos de una sociedad conservadora. En medio de todo eso, cuatro adolescentes con más sueños que experiencia se subieron a un escenario en Chapinero llamado La Gioconda y cambiaron para siempre la historia del rock colombiano. Eran Los Flippers, y estaban aquí para hacer temblar todo.
Tomaron su nombre de una serie gringa sobre un delfín y tenían algo que nadie más en Colombia podía ofrecer en esa época: una energía cruda, desordenada y absolutamente fascinante.
Originalmente se llamaron The Thunderbirds, un grupo instrumental que tocaba covers, pero cuando Arturo Astudillo (un guitarrista autodidacta obsesionado con Segovia y Los Venturas) y Carlos Martínez (un bajista con actitud de "aquí mando yo") se unieron a la ecuación, nació el caos perfecto. Completando la formación inicial estaban Omar Rodríguez en la batería y Orlando Betancourt en la segunda guitarra y voz.
En 1966, Los Flippers ya eran el acto más electrizante de Bogotá. No solo porque tenían el mejor equipo de sonido de la época (un VOX Súper Beatle que hacía llorar a cualquier otra banda), sino porque eran unos verdaderos showmen. Edgar Dueñas, su baterista, era un espectáculo por sí solo. Con sus locuras en escena, se ganó el título de "el mejor baterista de Colombia". Y cuando Miguel Durier se unió como vocalista, la banda alcanzó un nivel de intensidad que dejó a todos con la boca abierta.
Pero no todo era glamur. La banda tuvo que enfrentar su dosis de drama: cuando Miguel se fue a México detrás de Los Crickets, dejó al grupo sin amplificador de segunda guitarra. ¿Qué hicieron? Improvisar, claro, como siempre. El equipo terminó en la casa de Óscar Lasprilla, otro pionero del rock nacional.
Fueron la primera banda colombiana con una discoteca propia, ubicada en la calle 59 con 12, donde el ruido y el descontrol eran el pan de cada noche.
Su álbum Discotheque es una joya rara, con versiones de clásicos internacionales que transformaron en algo completamente suyo.
Carlos Martínez, el bajista, no era el músico más virtuoso, pero nadie le ganaba en pasión. Si algo no sonaba como él quería, no dudaba en exigir a Arturo que corrigiera la melodía… ¡a punta de tarareos si era necesario!
Los Flippers fueron más que una banda: eran el símbolo de una juventud que se atrevía a soñar diferente. En una época en la que el rock era visto como una amenaza moral, ellos demostraron que esa música "escandalosa" podía ser tan colombiana como una arepa.
Y aunque pasaron grandes músicos por sus filas (como Lisandro Zapata y Ferdy Fernández), para los verdaderos fans, Los Flippers siempre serán Arturo Astudillo y Carlos Martínez. Ellos eran el corazón y el alma, los que mantenían vivo ese espíritu rebelde que tanto necesitaba el rock colombiano.
Los Flippers no solo tocaron música; construyeron una escena, inspiraron a toda una generación y dejaron claro que, en Colombia, el rock no solo era posible, sino necesario.
Hoy, si escuchas hablar de ellos, no es porque fueran los más prolijos ni los más refinados. Es porque tenían algo que el dinero no compra: autenticidad, energía y unas ganas inmensas de romper esquemas. Así que, si nunca has oído a Los Flippers, es hora de que le des play. Prepárate para un viaje al pasado que, a pesar de los años, sigue sonando increíblemente presente.
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